El recurso imprescindible para la supervivencia y el desarrollo de cualquier comunidad humana es el agua. Es muy probable que la primera comunidad que eligió el Cabezo de Roenas como lugar para habitar (ya fuera en la Edad del Bronce o en la Edad del Hierro), además de las motivaciones defensivas, tuviera en cuenta la existencia de alguna fuente natural, que bien pudo aflorar bajo el propio asentamiento o en sus proximidades. De ser así la construcción de algún pozo artesiano o el aprovechamiento de alguna grieta natural, les habría permitido disponer de agua permanente para el abastecimiento de toda la población, sin necesidad de acarrearla desde el río Quípar. Otro aspecto que debió influir, considerablemente, en la elección del asentamiento fue la posibilidad de dominar una amplia vega, donde confluyen dos de los ríos más caudalosos de la comarca, el Quípar y el Argos. Esa circunstancia genera un biotopo caracterizado por la gran diversidad de recursos naturales susceptibles de ser explotados.
En ese período, un frondoso bosque de ribera o bosque galería, del cual hoy apenas se conservan algunos tramos, debía proporcionar abundante madera y los cañaverales serían utilizados en la construcción. En una zona muy montañosa, como la que nos ocupa, el monte mediterráneo también proporcionó a la población abundante madera de pino, resina, esparto y otros productos que sería prolijo enumerar. El combustible para la calefacción y las materias vegetales para confeccionar esteras y otros contenedores siempre estuvo asegurado. En la vega, las tierras de cultivo (tanto las de secano como los huertos irrigados) disponibles en el entorno del núcleo de población debieron ser aprovechadas desde el periodo ibérico. Futuros estudios sobre hidráulica quizás permitan establecer una cronología y una seriación de esos terrenos de cultivo e identificar la cronología de algunas de las numerosas acequias, que surcan la vega del Quípar.