-Pastor, ¿lloverá, o no? ¿Qué hará el tiempo?
El pastor ha hecho un movimiento como para meterse en el tiempo y enterarse, porque este hombre está verdaderamente fuera de todo tiempo; parece joven y viejo; es enjuto, doblado, leñoso; entre lo moreno de su piel rasurada con dureza, una piel que se ahonda y se abulta cuando mueve las quijadas, resalta ferozmente su dentadura, grande y blanca como el meollo del palmito. Bajo la falda de su sombrero le cae una greña gris cruzándole la frente. Sus manos llevan esparto para hacer soga mientras camina, llevan piedras para avisar a las cabras, llevan la cayada, llevan un cabritilla trémulo, ensangrentado de recién parido; en sus manos parece que quepa todo lo que se le antoje, como el falderillo de piel de choto que tiene a su espalda ceñido con cuerda por los costados.
- Pastor, ¿qué hará el tiempo?
'El pastor se pasa una mano por la boca, se tuerce los labios, se agarra el cuero de las mejillas y del pescuezo surcado como un bancal; se oye el ruido del rastrojo de su barba y mira al cielo lo mismo que a una res, y habla de las nubes como de una criatura galopa.'
Gabriel Miró en su 'Libro de Sigüenza' (1917)
Fresca mañana de finales de abril en los campos de Moratalla, en los inmensos e infinitos campos y serranías del Noroeste Murciano, de las tierras altas, del interior.
Junto al Cortijo de Martín Herrero, en El Sabinar, donde acaba el Campo de San Juan y desde donde, subidos a Villafuerte, se divisan a lo lejos las Sierras de Segura, las Villas y Cazorla hacia el Oeste, la de Alcaraz hacia el Noroeste o la del Capitán hacia el Suroeste, entre otras.
Cerca del nacimiento del río Alhárabe, afluente del Segura, del manantial del Cantalar, de Arroyo Blanco, de Arroyo Tercero, de la fuente de agua salada del Zacatín.
Muy cerca de las pinturas rupestres de Fuente del Sabuco, de La Risca, del Torcal de las Bojadillas, del dolmen de Bajil en El Cerro de las Víboras y sus enterramientos funerarios de la Edad de Bronce.
Antigua tierra de nadie, paso natural entre los Reinos Moro de Granada y Cristiano de Castilla, tierra de rafias, de mil y una batallas, de Encomienda de la Orden de Santiago.
Donde asienta el sabinar más septentrional de Europa, una auténtica dehesa natural de la Región de Murcia, y donde ejemplares centenarios, tal vez milenarios, de Sabina albar señorean el paisaje.
Y yo tengo la suerte de estar aquí y ahora, en este preciso y precioso instante, relajando mi mirada en las brumas que todavía abrazan las cumbres de las montañas; gozando el paisaje inabarcable, infinito, despoblado, silencioso, eterno.
Oigo próximos a mí los grajos que desde su atalaya avisan de mi presencia, y balidos de oveja entremezclados con cencerros en la lejanía. Poco a poco avanza hacia donde yo estoy, perezoso y cansino, un rebaño su pastor al frente, y dos o tres perros.
Aguardo calmoso que se acerquen a mí y, entonces, saludo al pastor y le interpelo con la antigua expresión '¿Qué hará el tiempo?' y comenzamos a charlar amigablemente, sin prisas, mientras sus perros, sabiendo no sé cómo que aquello va para un rato, se echan al suelo a descansar.
'-Mira allí, señala el pastor, como retozan las ovejas: saltan, corren y se topan, están alegres¿lloverá pronto, tal vez esta tarde'. Miro al cielo y no veo nubes por ninguna parte, el sol se abre paso entre las brumas y el fresco de la mañana pronto desaparecerá.
Me cuenta Pablo que él es uno de los tres pastores que todavía quedan en El Calar de la Santa, junto a Antonio y a Juan; que las ovejas son suyas y que además cuidarlas, cultiva unas pocas tierras de secano en las que siembra cereales, principalmente cebada, de las que obtiene alimentos para el ganado.
Enseguida, no recuerdo al hilo de qué, con un cierto orgullo, me habla de sus dos hijos: el que estudió ingeniería, y ahora trabaja como técnico en una fábrica, y el que estudió formación profesional, y se dedica a instalar equipos de aire acondicionado y calefacciones.
Hace poco, por Navidad, su hijo ingeniero vino de vacaciones una semana a casa pero '¡fíjese usted que no pararon de llamarle y tuvo que bajar hasta tres veces a Orihuela!'... Tal vez piensa que 'la posición' alcanzada por sus hijos le aporta algún estatus superior ante mis ojos, pero se equivoca.
Me cuenta que la vida del ganadero-pastor es muy esclava, que las ovejas no tienen vacaciones, que todos los días hay que sacarlas a pastar, que de este modo lo que ellas comen andando, mucho o poco, te lo ahorras luego en el pesebre y, además, que las ovejas que no salen dejan de parir y eso es la ruina.
Le pregunto por los corderos que no veo y me explica que están en el corral, esperando a sus madres para mamar su ración diaria de leche, pero que pronto los destetará y los pasará a pienso granulado complementado con algún grano de cereal, son los nuevos tiempos.
Ya no es rentable criar los corderos pastando hierba, porque, de este modo, tardan 5 o 6 meses en alcanzar el peso adecuado para su sacrificio, mientras que comiendo concentrados en el pesebre en poco más de tres meses los puede vender. Y, a renglón seguido, me reconoce que es una pena¿porque el sabor de aquellos corderos de antaño era incomparablemente superior.
Pienso, mientras todo esto me cuenta, que tal vez ahora, cuando algunos consumidores empezamos a estar ahítos de la llamada 'comida basura', y faltos de alimentos sabrosos y genuinos, sea el momento de recuperar la producción tradicional de carne de corderos.
Me viene a la cabeza el ejemplo a seguir de los tomates Raf, los feos y arrugados pero plenos de sabor, cuyo precio llega a alcanzar más de 12 euros el kilo en los mercados de nuestras ciudades.
Estoy convencido de que ése es el camino a seguir para determinadas producciones agrícolas y ganaderas de excelencia como pueden ser nuestros corderos Segureños, siempre y cuando los produzcamos tradicionalmente para obtener carnes más sabrosas y apetecibles.
La empatía mutua hace que se sincere conmigo, le escucho con atención, y me habla de otros problemas que le preocupan: el escaso precio de los corderos la mayor parte del año, las infecciones producidas en las orejas por los crotales de las campañas de saneamiento, la falta de mercados ganaderos en los que contrastar los precios de sus animales -lo que provoca que se encuentren en manos de los corredores de ganado-, el escaso valor del estiércol, la exigencia del mercado de corderos cada vez más precoces, la falta de lluvias -y por tanto de comida para el ganado- o la próxima desaparición de las ayudas que la Unión Europea les concede a los criadores de ganado ovino y caprino -ayudas conocidas como 'la prima'-.
El ganado hace tiempo que nos ha rebasado y se aleja lentamente por la cañada. Pablo, llama a su rebaño con unos silbidos y unos singulares sonidos que, curiosamente, reconocen sus ovejas al instante y paran su marcha como esperándole.
Nos despedimos con un apretón de manos, en los que mi manita de funcionario parece fundirse entre los acerados dedos de su mano, y ya no es necesario que le repita la pregunta '¿Qué hará el tiempo?'.
El viento húmedo y fresco que se ha levantado y las nubes oscuras que asoman por el campo de San Juan no dejan lugar a dudas, pronto lloverá.
Mientras me alejo hacia mi confortable 4x4, pienso que los que se encuentran en peligro de extinción, más que nuestros rebaños de ovejas Segureñas, son nuestros pastores y que, una vez más, sólo los valoraremos suficientemente cuando pronto dejen de existir.