En los albores de la humanidad, aquellos homínidos primitivos, durante su sempiterno divagar en busca de alimentos realizarían numerosas probaturas cuyos resultados podían ir desde un delicioso churrasco hasta raíces, frutos, bayas, hojas o cualquier otra cosa que se le antojase comestible. Sin duda, muchos de estos ensayos acabarían con unos cólicos espantosos, si no con la muerte, en el hipotético caso de que ingiriesen sustancias tóxicas.
Por ello, resulta fácil comprender el impacto emocional que sin duda represento para aquellos hombres primitivos su primer contacto con la miel. Aquel alimento debió antojárseles como algo mágico, milagrosamente producido por las abejas, delicioso, bueno, tremendamente reconfortante por su alto valor nutritivo para aquellos hombres siempre escasos de alimentos, tal vez incluso afrodisíaco y chamánico.
En este sentido, los investigadores Jordán Montés y González Celdrán, analizando ciertas escenas de recolección de miel en la pintura rupestre levantina (La Vieja de Alpera, La Araña de Bicorp o Los Trepadores de Alacón), sugieren que en dichas escenas se está narrando un mito en el cual intervienen diversos seres o elementos sagrados: las abejas como mensajeros de las divinidades o alegorías de los difuntos; la miel como alimento primordial y sustancia psicotrópica; y los chamanes recolectores.
Con el paso del tiempo, la miel, simbolizaría la dulzura de la vida, el paraíso. Así, en la Biblia, los hebreos, designan a su tierra prometida como 'el país con arroyos de leche y miel'.
La miel, además, representa la verdad porque no precisa manipulación para ser consumida, es pura e inalterable y, hasta el descubrimiento del azúcar hace pocos siglos, proveía de dulzura a los alimentos.
Todo este simbolismo de la miel llega hasta nuestros días como patrimonio común entre regiones y pueblos del mundo. Así, las comadronas de Costa de Marfil o Senegal untan con miel los labios de los recién nacidos, rito que en Europa ya practicaban los aqueos y germanos y que provenía de las estepas situadas más al Este.
En algunos pueblos de la actual Federación Rusa se derrama miel en la palma de los recién casados para que se la laman recíprocamente, en la creencia de que así el hombre solo levantará la mano para acariciar a su esposa, y que ésta solo tendrá palabras de amor en sus labios.
Y, llegados a este punto, algunos os preguntaréis, ¿de dónde proviene nuestra expresión Luna de Miel?. Pues, bien, hay quienes señalan la costumbre romana de que la madre de la novia dejase cada noche en la alcoba nupcial una vasija con miel como el origen, mientras que otros, apuntan a los teutones, quienes se casaban sólo en los días de luna llena y que, después de la boda, tenían la costumbre de beber licor de miel durante una fase lunar.
Lo que resulta común a ambas teorías es su uso como afrodisíaco, característica que comparten otros pueblos como los árabes o los hindúes.