En 1728, Cartagena fue nombrada capital del Departamento Marítimo de Levante. Esta reforma administrativa y militar convertiría a la ciudad portuaria en una importante base naval. Ello requería una defensa eficaz frente a un ataque enemigo que pudiese desbaratar el Arsenal y controlar tan importante puerto. Por lo tanto, a lo largo de aquel siglo se sucedieron una serie de proyectos y obras que dieron a Cartagena un completo sistema defensivo, compuesto por un despliegue de baterías en su bocana, fuertes abaluartados coronando sus principales alturas exteriores, y una muralla que incluyó todo el trazado urbano. Las obras concluyeron a finales del siglo XVIII. La circunstancia de que la ciudad era una plaza militar inexpugnable se tradujo, en el tormentoso siglo XIX, en el protagonismo que tuvo en diversos pronunciamientos y sublevaciones, lo que se traduciría en varios sitios formales, incluido el último entre 1873 y 1874 con motivo de la Guerra del Cantón.
La fortificación fue quedando progresivamente desfasada a lo largo del siglo XIX. A finales de la centuria las autoridades militares fueron dando algunos permisos para abrir portillos en el frente del Almarjal, lo que se tradujo en una serie de importantes derribos, que buscaban suelo construible en una ciudad siempre objeto la especulación urbana. Si bien se pensaba muy destruido, algunos hallazgos arqueológicos han puesto de relieve el buen estado de conservación de estos tramos del norte de la plaza.
Igualmente, en los últimos años del siglo XX se han acometido algunas obras de restauración o rehabilitación, centradas en el frente marítimo y el del Batel, que lo único que han conseguido (aparte de la consabida polémica), es demostrar la ausencia de un modelo de gestión y un criterio definido sobre estos bienes del Patrimonio Histórico, si exceptuamos el pequeño tramo bajo el antiguo Hospital de Marina, cuyos coronamientos no fueron nunca alterados.