La red de vías públicas provinciales fue encomendada a los gobernadores de las provincias, los cuales delegarían en terceras personas las cuestiones relativas a su construcción y su mantenimiento. El dinero necesario para financiar las construcciones sería proporcionado por el aerarium y el fiscus; aunque los emperadores, conscientes de la importancia de mantener una red viaria extensa y en buen estado, pusieron al servicio de los gobernadores al ejército e implicaron a municipios, comunidades y ricos particulares en los trabajos viarios.
Los métodos de construcción de una vía romana pueden resumirse en tres:
a) el más perfeccionado contemplaba una sucesión de capas denominadas statumen (piedras de regular tamaño unidas con mortero o con piedra), rudus (cantos rodados y cascotes), nucleus (mortero de hormigón y ladrillo) y summa crusta; esta última se componía de pequeños guijaros si la vía recibía la denominación de vía glarea stratae o lajas si se consideraba viae silice stratae. Su coste, así como las dificultades inherentes a su mantenimiento restringieron su existencia a las vías principales de la Península Ibérica.
b) La solución más frecuente era aquella que presentaba un levante de tierra y piedra de altura variable (agger) en cuya parte superior se colocaban los guijarros y sobre ella las piedras que servían de pavimento (este tipo de vía sería el de Yéchar). A ambos lados, sendas fossae o cunentas servían para extraer la tierra a la par que facilitaban el drenaje.
c) Por último, las vías terrenae eran un apisonamiento del terreno con algún componente de piedra.