Las 547 tumbas de incineración excavadas en la necrópolis del Cigarralejo han arrojado numerosos datos sobre el ritual funerario ibérico.
En primer lugar, debían vestir al cadáver con algún sudario de seda fina o con su mejor traje (se han encontrado restos carbonizados de tejidos que prueban este hecho). Al mismo tiempo, se les colocaba algunas piezas de adorno, como prueban los numeras piezas encontradas en sus ajuares y que se pueden admirar en el Museo del Cigarralejo, en Mula. Se trata de anillos, fíbulas, brazaletes, broches de cinturón ¿etc.
En otras ocasiones se les enterraba con sus armas: falcatas, escudos, soliferrum ¿etc, o con los útiles propios del oficio que tuvieron en vida (se ha documentado herramientas de agricultores y curtidores). En otras ocasiones, en las tumbas femeninas, hay otros objetos de adorno, como objetos en hueso (punzones), fusayolas o pendientes. Para los enterramientos infantiles se les inhuman en una urna de cerámica que se solía enterrar en el hueco entre dos tumbas. En la mayor parte de las tumbas se introducen también cerámicas que puede ser cerámica ibérica fina, áticas o de barniz rojo ibérico.
Una vez preparado el cadáver y su ajuar, se colocaba sobre una pira y se quemaba. Tras la incineración, se depositaban las cenizas (en ocasiones se ha conservado algunos de los troncos utilizados en la pira completamente carbonizados) en una urna, o bien directamente en la fosa. Ésta se cerraba con tierra o barro y en ocasiones se realizaba un encachado de piedra. Probablemente debieron realizar alrededor de la tumba algún tipo de banquete funerario.