Durante los 40 años en los que se desarrollaron campañas de excavación en la Necrópolis ibérica del Cigarralejo se excavaron 547 tumbas de incineración, lo que ha permitido a los investigadores definir mejor los rituales de enterramiento durante época ibérica, así como un conocimiento mucho más profundo de la cultura material de este pueblo.
Dado la escasa extensión del terreno en el que se situó la necrópolis, con el paso del tiempo, y como sucede en otras necrópolis ibéricas, las tumbas se fueron superponiendo unas a otras, llegando en ocasiones ha encontrarse una superposición de hasta ocho tumbas, aunque lo más frecuente en la Necrópolis del Cigarralejo fueron cuatro o cinco superposiciones.
La enorme cantidad de enterramientos excavados así como las superposiciones, ha ayudado a los arqueólogos a fechar el yacimiento, tanto la necrópolis como el poblado y el santuario. Su uso se inició probablemente a finales del siglo V a.C; su época de mayor esplendor fueron los siglos IV y III a.C, comenzando a decaer durante el siglo II a.C y perdurando hasta mediados del s. I.a.C, período en el que prácticamente no se documentan enterramientos. No quiere esto decir que el poblado desapareciera completamente; el hecho de que no se encontraran tumbas de esta época puede deberse a que éstas son las más cercanas a la superficie, por lo que pudieron haber desaparecido por las tareas agrícolas. De hecho, la primera noticia de la existencia de la necrópolis la da un agricultor que encontró en un bancal una urna ibérica repleta de cenizas.