Tal y como anuncia la inscripción de la puerta, la fortificación fue construida por Antonio Rico en 1573. Se trata, a primera vista, de una torre de repoblación, o lo que es lo mismo, una fortificación destinada a proteger a los habitantes del lugar, pastores y agricultores, en caso de un ataque.
La peligrosidad del lugar y de la época responde a hechos concretos: su situación fronteriza, enclavada en el señorío de Villena, entre los reinos de Valencia y Murcia –entre las coronas de Castilla y Aragón–, situaba el lugar en un espacio políticamente complicado a pesar de la unión dinástica producida tras el matrimonio entre los Reyes Católicos en 1469. Un excelente ejemplo serían los movimientos bélicos producidos en torno a las Comunidades y Germanías en 1520.
Por otro lado, y a pesar de la conquista de Granada en 1492, la gran cantidad de población de origen musulmán asentada en el vecino y antiguo reino nazarí, y también en las tierras valencianas y de la Vega Baja del Segura, colocaban a todo el territorio murciano en un lugar susceptible de levantamientos armados, como se pudo comprobar en la rebelión de los moriscos en los últimos años de la década de 1570.
Por todo ello, resultaba imprescindible un lugar de refugio y defensa de los vecinos en caso de peligro. Pero existe también otro factor, generalmente menos tenido en cuenta, al que responde la construcción de la torre de Antonio Rico. Y es la intencionalidad de enseñoreamiento del territorio al que domina; o lo que es lo mismo: es un símbolo de poder. Es decir, estamos ante un ejemplo de la arquitectura de las apariencias, o la idea provocada de mostrar a quienquiera que contemplara la fortificación, que viviese en las cercanías o que se estableciese como colono en los campos circundantes, de quién era la mano que controlaba el territorio y, en suma, quién podía ejercer ciertas facultades potestativas.