Periodo islámico
Al margen de otros testimonios arqueológicos más antiguos, las primeras referencias a la población de Abanilla en época islámica son algo escasas. Solamente el geógrafo musulmán al-Idrisi escribía en el siglo XII sobre las maravillas textiles que se fabricaban en esta localidad por aquel entonces.
Los paños fabricados en la denominada al-Banyala eran objeto de exportaciones que se distribuían incluso en el Oriente Islámico.
Reconquista y dominación cristiana
Al parecer, según los historiadores, Abanilla era ya, a comienzos del siglo XIII, una aldea dependiente de Orihuela, de cuyo distrito territorial formaba parte. Su castillo debía de tener ya cierta importancia, pues aparece mencionado en numerosas ocasiones en la documentación cristiana emanada con inmediata posterioridad a la Reconquista (mediados del siglo XIII). Los escribanos cristianos lo denominaron en sus textos como castro de Hauaniella o castro de Fabanella.
Es precisamente esa época, durante la incorporación del lugar a la Corona de Castilla, cuando comienzan a hacerse más precisas y frecuentes las noticias referentes al lugar y su villa. Durante toda la Baja Edad Media, el castillo se iba a convertir en el elemento más característico de toda la zona e iba a marcar la seguridad y el control sobre el territorio y sus habitantes hasta bien entrada la Edad Moderna.
La población y su castillo fueron concedidos por Alfonso X el Sabio al noble aragonés don Guillén de Rocafull tras la sofocación de la rebelión mudéjar del Reino de Murcia de 1264. En manos de esta relevante familia quedó Abanilla de una forma u otra hasta que, en 1462 pasó bajo el control de la Orden de Calatrava, cuyo dominio sobre el lugar se extendería de una forma continuada durante cuatro siglos.
Hacia estas fechas del siglo XV, el castillo se conservaba en buen estado, y la pequeña población, formada por un centenar de casas, estaba situada tras un recinto amurallado en la ladera septentrional del cerro.
Edad Moderna y Contemporánea
Sería durante el siglo XVIII cuando, transcurrido un siglo de la expulsión de los moriscos, la población abandonaría su vieja fisonomía medieval. Rebasó entonces los límites de la cerca, modernizándose con nuevas construcciones.
La desaparición de la tutela de la orden militar sobre la villa en el siglo XIX se tradujo también en el abandono y desmantelamiento de la fortaleza, que se encontraba medio destruida a mediados de aquella centuria.