Con el advenimiento del sistema de gobierno personalista de la dinastía julio-claudia, el esquema religioso romano experimenta una transformación sustancial.
Junto con el tradicional Panteón de dioses greco-latino, y las nuevas divinidades orientales que se van infiltrando paralelamente en el mundo romano, se empieza a brindar culto a los propios miembros de la familia imperial reinante.
Primeramente se presentó como un hecho puntual, al venerar la figura excepcional del 'divino Julio César' en un culto restringido a provincias periféricas semi-romanizadas. Sin embargo, una vez descubiertas las grandes posibilidades propagandísticas y de reforzamiento del nuevo régimen que la divinización de sus máximos mandatarios tenía, se generalizó el sistema y se empezaron a crear grandes templos y colegios religiosos dedicados a su culto.
Organizadores y referentes arquitectónicos
Buena parte de las élites gobernantes en la ciudades, las personas con mayores aspiraciones de una promoción política que pasaba inexorablemente por el apoyo y asentimiento del emperador, fueron los más firmes valedores y mecenas de este culto, así como de la construcción de sus edificios y monumentos correspondientes.
En algunos casos, los Templos del culto imperial pudieron imitar los modelos formales de templos clásicos sobre podium, pero que en otros muchos adoptaron formulaciones más variadas (cercanas a otros cultos orientalizantes y propiciatorios), pero siempre con un sentido escenográfico y propagandístico acusado.
El culto imperial se organizó en Colegios de Sacerdotes o Flamines augustales, siguiendo la estructuración territorial de ciudades, conventos jurídicos y provincias. El máximo cargo provincial del Flaminado se constituyó en uno de los poderes fácticos en la sociedad romana provincial, lo que justifica las apetencias de los prohombres de las emergentes ciudades latinas por acceder a él.